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sábado, 28 de septiembre de 2013

¿Reflejamos en los hijos nuestra miseria sexual? Auxiliadora Marenco, Psicóloga 25/6/2013

¿Reflejamos en los hijos nuestra miseria sexual? Auxiliadora Marenco, Psicóloga 25/6/2013 Es difícil hablar sobre lo que se conoce bien y se practica mal, por lo que resulta explicable que la práctica sexual tome rumbos equivocados. Si hay algo que no podemos negar es que la sexualidad está presente en todas las etapas de la vida y quiérase o no, se manifiesta de múltiples maneras desde espacios tan cerrados como nuestros pensamientos, hasta espacios tan abiertos como los medios de comunicación, el cine o el internet. Los padres muchas veces encuentran “cómodo” evadir hablar de este tema, por la simple razón de que no saben cómo abordarlo. Y eso fue lo que también le pasó a quienes los educaron. Venimos, pues, de generaciones y generaciones donde el silencio “resolvió” el manejo de las múltiples señales con que nuestros hijos expresan los distintos fenómenos de esta etapa. Callamos porque sentimos miedo a: >> Equivocarnos >> Dar mayor información de la necesaria >> Impulsar conductas en ellos que deseamos evitar Y consideramos que no están en edad ni tienen la madurez necesaria para manejar dicha información. O sentimos pudor porque creemos que al hablar sobre el tema, estamos haciéndolo desde nuestra propia práctica sexual. No queremos que nuestros hijos la descubran, porque a lo mejor nos harán preguntas sobre ella, o peor aún, deducirán que es intensa, desordenada, de mala calidad o inexistente. Los hombres podrían sentirse expuestos o evaluados en sus propias inconsistencias, y las mujeres descubiertas en su inapetencia, en la pésima calidad de su placer o en su más fácil inclinación por tener un sexo complaciente para un marido apurado por penetrar. Es difícil hablar sobre lo que se conoce muy bien pero se practica muy mal. Como podría explicar el placer un hombre que la mayoría de las veces tiene eyaculaciones precoces? O una mujer, que concibió a sus hijos desde una unión sexual estrictamente reproductiva? ¿Cómo podría explicar el placer un hombre que la mayoría de las veces tiene eyaculaciones precoces? ¿O una mujer que concibió a sus hijos desde una unión sexual estrictamente reproductiva? Resulta entonces explicable que la práctica sexual tome rumbos equivocados. Por un lado, los hombres se van a la calle para tener sexo con mujeres que satisfagan sus caprichos y fantasías, sin tener que devolver lo que están recibiendo. Y por otro, las mujeres se dedican al “sagrado” ejercicio de la maternidad, plagado de sacrificios y desvelos, donde el instinto pierde su característica de censurable y se convierte en algo “loable”. ¿Quien podría cuestionar, -sino alabar-, a una mujer que “renuncia” a sí misma para volverse madre? Quizá entonces las dudas de los padres sobre la vida sexual de sus hijos adolescentes y la manera de abordarlos, les vengan de sus propias limitaciones, gestadas a la luz de su propia vida sexual incompleta, distorsionada, o insatisfecha. Tal vez nosotros, como padres, deberíamos comenzar por revisar nuestra propia concepción y ejercicio del EROS en una lucha frontal con los prejuicios y tabúes en los que crecimos limitados. Terminamos practicando el mismo silencio de nuestros padres y desde nuestra propia y torpe experiencia, tememos equivocarnos, o hacer que nuestros hijos se equivoquen, si la conocen. Quizá vivimos una vida sexual, que por miserable, no queremos que ellos repitan. O a lo mejor, fuimos madres solteras o padres que dejamos hijos regados por ahí, nacidos de aventuras o experiencias poco “edificantes”. O tal vez, si nos sinceramos contándoles como los concebimos, nos sintamos culpables, ignorantes o irresponsables. Probablemente al desear lo mejor para ellos, nos volvemos estrictos, severos, autoritarios….como una manera de poner en esas actitudes los diques que evitarán que repitan nuestros propios errores. Esto podría explicar porque, en vez de hablarles a los hijos sobre el placer y la calidad del mismo, nos callamos y se nos salen los miedos y represiones. Ante conductas como ésta, ellos tienden a alejarse, perdiéndose la confianza entre ambos. Reflexionemos, de cuantas maneras, lo incompleto de nuestro desarrollo sexual, se trasmite a los hijos y se convierte en un eslabón más de la cadena que no supimos romper.

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